Uno que asfixia y otro que se siente asfixiado
Muchas parejas llegan a terapia después de un tiempo batallando con conflictos internos que reflejan en la pareja. Así cada uno le tira la papa caliente al otro, sin llegar a ningún puerto seguro.
Una de las formas más poderosas en las que evitamos contactar con nuestro dolor interior es justamente perdiéndonos en las relaciones dramáticas. Por eso muchas veces nos encontramos diciendo: “Me persiguen los dramas en las relaciones”. No te persiguen, tú los atraes.
El drama del dependiente y el antidependiente lo conozco muy bien, y pasado el tiempo, me doy cuenta que es algo que se gestó mucho antes de yo nacer. Era el modus operandi de mi sistema familiar.
Todo comienza bien, el período de luna de miel, que puede durar desde semanas hasta los primeros años, puede ser maravilloso, en donde soñamos, y mantenemos una proyección de nuestra parte más luminosa reflejada en el otro. Nos encontramos perdidos en la fantasía, en proyecciones positivas que aún no han sido dañadas por el tiempo y la familiaridad. En donde nos sentimos llenos de amor, abiertos a toda aventura y rebosantes de ilusiones forjadas sobre el amante ideal.
La situación comienza a tornarse gris cuando comenzamos a proyectar en nuestra pareja muchas necesidades que no fueron satisfechas en nuestra infancia y demandamos que sean llenadas por este o esta.
El final de la luna de miel puede golpearnos duramente y es cuando sentimos una gran desilusión y nos desesperamos de tal modo, que terminamos ahogados.
Un antidependiente y un dependiente se enamoran fácilmente, son dos partes que luchan para convertirse en una y cada uno ha proyectado la parte que le falta en el otro. Eso es lo que ha generado la atracción, el otro tiene lo que yo necesito reconocer y que me falta, lo que necesito integrar en mí.
Cuando se da el juego del cortejo, la energía entre las dos personas no es solo biológica, también toma parte la conciencia superior de ambos que busca la oportunidad de convertirse en uno solo.
Aprovechemos esta situación para penetrar en nuestro interior a través de la relación con el otro. A eso viene a nuestras vidas, a servirnos de espejo para que aprendamos más sobre nosotros mismos. Lamentablemente suele pasar lo contrario y nos perdemos en el drama.